La Deuda y el Valor.

Junio 2004
Ámbito Financiero – Publicado el 11 de Junio de 2004, Página 14.
Después de un shock institucional, jurídico y económico, con perdedores que no entienden lo que sucedió y con ganadores que festejan sin entender tampoco, los argentinos se enfrascan en discusiones, sobre cuanto pagar, a que tasa, la quita, el plazo y otra serie de cuestiones, que al dejar de lado las bases fundamentales se convierten en detalles vacíos.

Los países emiten títulos que representan una cantidad de valor determinada, destinados a ser adquiridos en los mercados. Expresan que ese valor será pagado al tenedor a cierto plazo y constituyen una deuda. Los compradores los adquieren para beneficiarse con el rendimiento, confiando en el valor que los títulos representan. Aunque parezca paradójico, la deuda de los países no está destinada a ser pagada, porque cuando los títulos vencen, se emiten nuevos títulos por el mismo valor, que adquiridos en los mercados repagan los títulos vencidos. Las deudas de los países son perpetuidades, que son renovadas sistemáticamente por el mercado. El stock de deuda se mantiene constante, aunque los títulos sean específicamente redimidos a su vencimiento. Esta es la relación co-implicante entre valor y deuda: no hay deuda sin valor porque nadie compra títulos en los que no cree. No hay valor sin deuda porque todo título debe ser redimido en algún momento.

Esta dinámica sólo puede practicarse si se mantiene el valor. En efecto, si el valor decae el circuito virtuoso no podrá verificarse: la caída de valor de los títulos impedirá que el mercado se interese por ellos. Si el mercado no compra los nuevos títulos, los antiguos títulos deberán ser redimidos con fondos propios del país y no con fondos prestados por el mercado. Ya no habrá stock de deuda porque en esa hipótesis los nuevos títulos carecen de valor.

La realidad es que valor y deuda no son nociones económicas, ni siquiera jurídicas, sino elementos de la existencia, y como tales están usados en la terminología económica y jurídica. El valor de un título remite al valor de un país. Qué valoramos en un país? Lo mismo que en una persona. Primero, lo que se refiere a su personalidad moral: su disposición para cumplir y hacer cumplir la ley, su respeto por la palabra empeñada, su paz interna, la disposición al trabajo de sus habitantes, la educación, la seguridad personal, la libertad.

Pero también está representado por cuestiones que no son morales, sino materiales: la riqueza de sus recursos, su capacidad para formar capital y tecnología para explotarlos, las empresas de todo orden que ese país posee, su actividad económica, de cualquier índole, la eficacia de sus Fuerzas Armadas y de Seguridad. El valor de un país no es otra cosa que el conjunto de valores que respetamos y admiramos en cualquier individuo o conjunto de individuos.

Deuda, según el diccionario de la Real Academia es la obligación que debe saldarse; la obligación moral contraída por alguien; la culpa, la ofensa. La deuda es un disvalor; es una falta, es algo que falta. Cuando desaparece el valor aparece la falta, la deuda. Deuda y valor son términos antagónicos, pero también son términos co-implicantes. No puede existir la deuda, si no existe el valor y tampoco es pensable el valor, si no existe la deuda. No existe la falta sino existe la virtud y viceversa. Tanto el valor como la deuda existen, el problema de nuestra existencia es permanecer en uno de ellos y no caer en el otro. Permanecer en la virtud, en el valor no caer en la deuda, en la falta. Y esto que es así en la vida, es igual en el derecho y en la economía, de las personas y de los países. Cuando se pierde valor como país hay sólo deuda, porque se percibe la falta de valor, se quiere recuperar lo prestado y no se acepta una nueva promesa de quien no mantiene su valor.

Obsesión
La Argentina no encuentra su camino de vuelta al mundo. Adopta una actitud ofendida, como si nuestras desgracias fueran la consecuencia de actos de conspiración, perpetrados por acreedores o por empresas que apostaron su suerte al futuro argentino.

Obsesionados por la deuda, nos concentramos en obtener la mayor quita posible, la menor tasa de interés y la menor garantía, acusando a los acreedores de haber prestado, formulando ofertas dignas de un país que ha sufrido una devastación nuclear y ya no tiene casi ningún futuro. Al mismo tiempo, persistimos en no cumplir con la palabra empeñada. Gracias a esto, estamos involucrados en un número record de litigios ante los tribunales arbitrales internacionales. Así nos internamos más en el concepto de deuda y nos alejamos más del concepto de valor, y por ello del mundo: a nadie le interesa un país que solamente tiene deudas. Si la Argentina quiere reestructurar sus compromisos, paradójicamente debe dejar de centrar su acción en la deuda y debe poner el énfasis en el valor.

Nuestro país soportó dos grandes crisis, en 1890 y en 1930, la primera fruto de sus propios problemas, la segunda fruto de la crisis internacional de 1929. De ambas salió fortalecido, haciendo todo lo contrario de lo que hoy hace: mostró al mundo el gran país que era, su capacidad para producir, sobre la base de una mirada hacia delante. En 1890 proyectó el sistema ferroviario, el puerto de Buenos Aires, imaginó convertir «el desierto» en pampa húmeda, abrió sus puertas a la inmigración y aseguró las garantías de su constitución y la educación para todos los inmigrantes. En 1930, proyectó un enorme plan de infraestructura configurado por la red nacional de caminos, los nuevos puertos y la red nacional de elevadores de granos, redoblando su apuesta.

En los dos casos, la seriedad de la propuesta argentina entusiasmó al mundo, con un ciclo de inversión y de crecimiento sin precedentes.

Por supuesto que Argentina negoció su deuda, pero no le hizo falta soñar con conspiraciones, ni acusar a los acreedores, ni proponer quitas rayanas en la confiscación. Los mercados volvieron a creer en el valor argentino, y se reanudó el círculo virtuoso, que es el presupuesto de un stock de deuda: los mercados demandaron otra vez títulos argentinos, y Argentina pagó, como los países que tienen valor, con nuevos títulos que colocaba.

Siguiendo estos ejemplos podemos salir de la postración actual, formulando una propuesta de crecimiento, basada en un profundo mejoramiento institucional, que haga creíble nuestro Derecho, hoy vapuleado. Se deben reconstruir instituciones fundamentales, la Defensa, la Seguridad, la Justicia, la Educación, y definir para siempre la estructura monetaria y la independencia del Banco Central.

Debemos desarrollar un gran proyecto de infraestructura, que incluya las grandes obras transformadoras de nuestro país, para que crezca el agro, la industria y los servicios, con las inversiones asociadas del sector privado, que multiplicarán la actividad económica. Debemos ocuparnos menos de lo que falta, de la deuda, de lo que no tenemos y más de nuestras potencialidades, de la capacidad como sociedad para crecer, terminando los conflictos existentes con distintos actores de la economía. Un proyecto que incluya y no que excluya, que perdone y no que condene, que cimentado en la confianza en las instituciones y en el Derecho lance a nuestro país hacia un futuro de inversión y de producción. En suma, debemos restaurar el valor de la Argentina. Solamente se sale de una profunda crisis con una gran esperanza.

Valor, según el diccionario de la Real Academia, es la cualidad del ánimo que mueve a acometer resueltamente grandes empresas y a arrostrar los peligros. Esta es la cualidad que hoy necesitamos desesperadamente.