26 de Agosto de 2009 Fundación Atlas |
«Sarmiento el soñador sigue soñándonos.» Borges. Los argentinos tenemos una vieja pelea con la democracia y el capitalismo, los dos pilares de la sociedad occidental. Arranca en 1930; en la «hora de la espada» y el «derecho de la revolución triunfante» hasta embarcarnos en la estructura populista y nacional-socialista, que hasta hoy infecta nuestra mente. Desde 1930; Argentina vivió gobernada por civiles y militares, que, salvo excepciones, despreciaban la democracia y el capitalismo. El «fraude patriótico», el Grupo de Oficiales Unidos, el primer Perón, con su creencia en el totalitarismo, los golpes militares posteriores a 1955, todos tuvieron la suma del poder. Desde Alfonsín estamos en «emergencia constitucional» y sucesivas leyes de emergencia han degradado el sistema republicano, hasta los límites de su existencia. La quiebra de 1930 no sólo alcanzó a la democracia, sino que destruyó también al capitalismo, el otro pilar de Occidente. Desde 1930 aparecen las «Juntas Reguladoras,» que empiezan a intervenir en la economía y se avanza, «combatiendo al capital,» como se dirá más tarde. Nace entonces el mito de la «redistribución de la riqueza». Según este cuento, la riqueza no es un desafío de cada uno, que debe crearse con el trabajo y la inteligencia, sino que es algo que ya existe, que injustamente poseen otros (el capital) y que el Estado debe tomar para repartir. El mito de la redistribución, sigue vigente en la Argentina y gracias a él somos cada vez más pobres. Desde 1946; se estatizan los servicios y la producción básica y se regulan los precios internos y el comercio exterior, siguiendo el modelo del fascismo, cuando en todo Occidente regía el capitalismo impulsado por la victoria aliada. Argentina ha permanecido en el estatismo, («combatiendo el capital»), durante 70 años !!! y en lugar de crecer con la creatividad del sector privado, ha sido ahogada por burócratas e iluminados, que ejercían el poder desde el Estado. El supuesto intento de los 90 de volver al capitalismo, en el cual se creyó con fervor, después de años de estatismo, fue bastardeado por la convertibilidad idolatrada, al servicio de la re-reelección y la corrupción, que infectaron toda la década. A partir de 2001, Argentina en crisis, reivindica sus bases populistas y nacionalsocialistas, enemigas de la democracia y el capitalismo. En un raid impresionante se otorgan nuevos poderes de emergencia, se anula la separación de poderes, y se impone el autoritarismo y la suma del poder público. El autoritarismo político tiene su correlato económico: En menos de 5 años la economía argentina estaba tan estatizada y cerrada como en 1970. LA SITUACIÓN ACTUAL Los argentinos nunca entendimos el profundo significado de la caída del muro de Berlín. Nunca aceptamos que desde entonces, la izquierda y la derecha son democráticas y capitalistas cumpliendo los paradigmas de Occidente. Mientras Argentina cuestiona el capitalismo, el resto de Occidente piensa cómo profundizarlo y mejorarlo. Argentina es un país insólito, que en medio de la crisis global prohíbe exportar, usa los fondos de los jubilados que estatiza para compensar el gasto público y ahoga la economía con precios regulados Mientras el mundo es cada vez más capitalista, Argentina es más estatista. Otro tanto sucede con nuestra democracia, sometida al clientelismo y al movimientismo. Los «movimientos» fueron creados por el pensamiento nacionalsocialista, antidemocrático y anticapitalista. En otros países los «movimientos» son vergonzantes porque evocan el fascismo. Pero en Argentina, nos enorgullecemos de tener «movimientos» y «espacios» que sin plataforma ni estructura, dependen de la voluntad de un líder y pueden virar hacia cualquier signo, que nada garantizan a nadie y que son meros instrumentos para la toma del poder absoluto. Una vez más la democracia y el capitalismo están en bancarrota en la Argentina. RECONSTRUCCION En 1853, después de décadas de guerra civil y dictadura, poco se podía esperar de Argentina, un país remoto, pobre, despoblado y analfabeto. Sin embargo, en poco tiempo más, Argentina era una esperanza de Occidente. Esto sucedió porque los argentinos entendieron profundamente cómo era el mundo en que les tocaba vivir, sin discutir si ese mundo era bueno o malo. Argentina organizó sus instituciones, desarrolló su infraestructura y se abrió a la inmigración para poblar y producir y se convirtió en una tierra prometida, que podía dar educación y trabajo a cientos de miles de inmigrantes. La clave fue la enorme entrega de la dirigencia que abandonó los privilegios que pudo haber defendido. Argentina igual que en 1853, debe reincorporarse al mundo, abandonar las alianzas con dictadores, entender que Occidente es cada vez más democrático y capitalista y que Argentina puede tener un lugar destacado en la globalización si abandona el populismo político y económico. Debemos resolver el problema de la deuda repudiada y el aislamiento institucional y económico, restaurar la republica que hoy esta anulada por una maraña de normas disparatadas. Liberar las fuerzas del campo, de la industria, de los servicios, ingresar a la economía del conocimiento, obligar para siempre al estado a cumplir sus contratos, desde los jubilados, hasta los servicios públicos, para que todos confiemos e invirtamos nuestro esfuerzo en Argentina. En suma, restaurar la democracia y su correlato el capitalismo. Para la reconstrucción de hoy sólo hace falta seguir la guía de ayer. Depende una vez más del patriotismo de la dirigencia. |